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martes, 25 de octubre de 2011

Dendera..... Conocimientos Siniestros




Grandes eminencias y anónimos personajes del pasado se unieron para ponderar lo que consideraban como solemne y en tal propósito gastaron sus riquezas y sus fatigas. En los yacimientos encontramos monumentos a las grandes gestas guerreras, a la exaltación de los dioses o al desconcierto de la muerte.

Atendiendo a estas construcciones podríamos considerar que nuestros ancestros se pasaron su existencia peleando, rezando o muriendo. Y poco más.

El resto de sus vidas, en la mayoría de los casos, queda absolutamente desconocida para la Historia. Cosas de humanos, a fin de cuentas. El problema surge cuando nuestras impresiones, y también algunas pistas, rompen la barrera de lo académicamente correcto y notamos que no todo es tan humano, ni que los dioses son tan abstractos y que ese llamado mundo del más allá pudiera estar más cercano de lo que suponemos.

En el templo de Dendera, al sur de Egipto, la presencia de esos dioses se palpa como en ningún otro lugar.



Una Historia llena de historias

Hace exactamente 200 años sucedía un hecho singular que ha pasado a considerarse como un desastre militar aunque, por otro lado, un éxito científico. La conocida como "Campaña de Egipto" llevó a orillas del Nilo a 35.000 soldados y a 500 civiles que componían la élite científica francesa de aquella época.

167 sabios y especialistas entre los que se encontraban 21 matemáticos, 3 astrónomos, 17 ingenieros, 13 naturalistas e ingenieros de minas, 4 arquitectos, 8 dibujantes, 10 filólogos y 22 expertos en caracteres latinos, griegos y árabes desempolvaron una civilización perdida y misteriosa. Todo empezó a estar sistemáticamente consignado y reproducido a las órdenes del recién creado l'Institut d'Egypt.

El 21 de julio de 1.798 Napoleón arengaba a sus tropas formadas frente a la meseta de Giza con su famosa frase: "Soldados, desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan". Como antaño hicieran César o Alejandro Magno, Bonaparte llegó a considerarse dueño de ese territorio. Efímera sensación cuando se contempla la Historia en su más amplia perspectiva porque al final los emperadores pasan y las pirámides siguen en su sitio.

El enfrentamiento se llamó "La Batalla de las Pirámides", y los franceses asolaron el entusiasmo guerrero de 10.000 jinetes mamelucos que tiñeron de rojo con su sangre las doradas arenas de la meseta de Giza. Aquél día los científicos fueron rodeados por un ejército tan ocupado en atacar al enemigo como en defender a tan ilustres personalidades. Pero estos privilegios fueron debilitándose a medida que el ejército, tan lejano de su país, sucumbía ante el olvido de su pueblo.

El almirante inglés Nelson hundió en Abukir los 200 navíos que transportaron al cuerpo expedicionario francés. Desatendidos por Francia y abandonados por el propio Napoleón, que regresó a París para preparar su coronación como Emperador, las tropas empezaron a sufrir todo tipo de escaseces.

Sin municiones con las que defenderse, diezmados por la disentería y las epidemias y arrinconados sin futuro en el delta del Nilo la expedición francesa fue presa fácil de los ingleses que retomaron el territorio. Al desastre militar hubo que añadir la pérdida de los tesoros obtenidos. La famosa piedra Rosetta, sólo fue uno de los miles de objetos que cambiaron de destino y en lugar de llegar al Louvre terminaron en las vitrinas del British Museum.

Pese a todo, a los científicos franceses les quedaba el honor de haber realizado uno de los mejores trabajos de estudio y recopilación de datos. Y el verdadero triunfo de Napoleón en tierras egipcias no vino por sus fusiles sino por la pluma de sus eruditos.




La recompensa a sus penurias y a sus interminables horas de trabajo bajo el sol abrasador del desierto fue la publicación en febrero de 1.802 de la obra titulada "Description de l'Egypte", compuesta por diez volúmenes donde se reproducían íntegramente las 837 planchas de cuero grabadas y que contenían las más de 3.000 ilustraciones realizadas a lo largo de las riberas del Nilo.

Datos geográficos, etnográficos, zoológicos, botánicos y arqueológicos surgieron a occidente. Había nacido la egiptología.



Enterrado bajo las arenas

Los franceses de Bonaparte tuvieron la satisfacción de ser los primeros en medir la Gran Pirámide o descubrir el Valle de los Reyes. Las arenas empezaron a ser retiradas y los relieves volvieron a ver la luz de Ra. Y aquellos dioses que fueron venerados, viejos ya cuando los nuestros no habían nacido, se asomaron tímidamente a los investigadores que se atrevían a contemplarlos.

Los europeos del siglo XIX se enteraron de lugares arqueológicos hasta entonces desconocidos. Uno de ellos fue Dendera. En el volumen IV de la Descripción de Egipto, en las planchas 2 a la 34, los dibujantes plasmaron el estado de uno de los templos más bellos que existe. Empezó con ello un estudio que aún hoy no ha concluido y lleno, como no podía ser de otra forma, de enigmas y polémicas.

Dendera es un pequeño pueblo situado en la ribera occidental del Nilo a 60 km. al norte de Luxor. Su nombre proviene del de "Tentyra" o "Tentyris", que fue utilizado en la época greco-romana, y que a su vez provenía del original egipcio "Enet-te-ntr". El templo de Dendera, conocido también como "El Castillo del Sistro" o "La Casa de Hathor" está dedicado a Hathor, la diosa del amor, de la alegría y de la belleza, que los griegos asimilaron con su Afrodita.

Las inscripciones indican que el edificio original fue construido por aquellos reyes legendarios conocidos como "los discípulos de Horus". El faraón Keops ordenó construir un templo sobre el mismo sitio utilizado por sus míticos predecesores. Bajo el reinado de Pepi I el templo fue reconstruido ya que era un lugar religioso de gran importancia. Durante la dinastía XI, fue famoso por su gran biblioteca de papiros.

Volvió a restaurarse en tiempos del faraón Tutmosis III, y podemos encontrar en las paredes los nombres de otros faraones que quisieron unir su cartucho a la importancia del templo, como Tutmosis IV, Ramsés II y Ramsés III. La última reconstrucción la hizo Ptolomeo VIII, trabajos que fueron ampliados por los Ptolomeos X, XI y XII, Cleopatra VII, Julio César "Cesarion", y los emperadores Augusto y Tiberio.

En las decoraciones del edificio principal también pueden leerse los nombres de Calígula, Nerón, Claudio, Domiciano, Nerva y Trajano. En resumen, mientras la disposición del templo actual puede datarse entre los años 116 a.C y 34 d.C, su origen debe remontarse quizás a la época predinástica.



Conocimientos astronómicos sorprendentes

Cuando las tropas de Napoleón llegaron a Dendera en 1.798 el templo luchaba por emerger sobre el mar de arena que se empeñaba en hundirlo. Su entrada tan solo se adivinaba. Y mientras que los científicos se armaban de paciencia y de trabajo para despejar el conjunto, los militares se armaron en el techo del templo para defender la posición desde tan estratégica atalaya.

Cuentan que una caja de municiones colocada sobre la arena que también cubría la terraza se deslizó por un tragaluz hacia el interior. Cuando bajaron a buscarla vieron que había abierto un camino hacia las salas superiores del templo. Y en una de ellas realizaron un descubrimiento espectacular cuando las teas encendidas iluminaron un monolito que medía 3,60 metros de largo por 2,40 de ancho, y un grosor de casi un metro.

Ocho metros cúbicos de roca que llegaba a pesar 16.000 kg. y que se encontraba colgado del techo. Para la Historia el descubrimiento fue realizado en 1.799 por el general Louis Desaix y por sus representaciones astronómicas se le conoció a partir de entonces como el Zodiaco de Dendera.

Estudios posteriores comprobaron que no sólo esa sala, sino todo el templo estaba dedicado al firmamento.

Albert Slosman, doctor en matemáticas y en informática y colaborador de la NASA en los proyectos Pioneer sobre Júpiter y Saturno, indicó que todos los fundamentos de astronomía y de astrología del antiguo Egipto partían de Dendera.

Según Slosman existe un papiro del escriba del faraón Keops que se conserva en el Museo de El Cairo y en el que se precisa que,
"...por orden de Khufu, el templo de la Dama del Cielo de Dendera será reconstruído por tercera vez, sobre el mismo emplazamiento y según los planos establecidos por los "sucesores de Horus" sobre pieles de gacela y salvaguardados en los archivos del Rey...".
Algunos estudiosos como E.C. Krupp indican que el zodiaco se realizó en el año 30 a.C. y que fue importado de Mesopotamia.

Por su parte Sir Norman Lockyer, el famoso astrónomo estudioso de Stonehenge, mantenía que Dendera era mucho más antiguo y que se había construido en alineación con Sirio.

Para el filósofo alsaciano R.A. Schwaller, el zodiaco de Dendera encierra indicios internos de una vetustez remota.

Giorgio de Santillana y Herta von Dechend señalan que el movimiento de precesión se conocía desde la más remota antigüedad y que controlaba la actividad celestre y la terrestre.

Efectivamente, una marca en el zodiaco de Dendera indica el polo eclíptico norte que, junto a otros jeroglíficos del borde del disco, indica las posiciones de los equinoccios en una época muy anterior a la que es fechado.

El gran problema que se planteaba era el mencionado por Otto Neugebauer y R.A. Parker, quienes afirmaban que "un amplio conocimiento de la precesión no es compatible con una descripción no matemática de la astronomía". Para ellos los egipcios expresaron en términos alegóricos los conceptos astronómicos. La paradoja es que acertaron de pleno.

Y si no poseían instrumentos apropiados, ¿de dónde les vino tal conocimiento?.

Un conocimiento que no fue adquirido por evolución sino que aparecía ya desde el principio de su civilización aunque aludiendo, eso sí, a la presencia de unos dioses que mediaban en la hazaña y eran los destinatarios de tal ofrenda. La ceremonia del "estiramiento de la cuerda" se asociaba con la fundación del templo, ya que consistía en colocar su eje paralelo a una cuerda que unía dos estacas.



En las inscripciones de Dendera se indica que el rey tenía su ojo puesto en una estrella de la constelación de la Pata delantera del Toro (Osa Mayor). I.E.S. Edwards indica que ese rito del estiramiento de la cuerda es antiquísimo y menciona el relieve encontrado en el templo solar del faraón Niuserre (V dinastía).

Si las alineaciones astronómicas y el estudio de los ciclos precesionales eran anacrónicos para griegos y romanos, ¿cómo es posible que los egipcios del Imperio Antiguo ya lo conocieran?



Los dioses atlantes

Albert Slosman publicó en París en 1.976 su libro titulado "El Gran Cataclismo", donde documenta con todas las pruebas que ha podido obtener el hundimiento de la Atlántida hace 12.500 años y el éxodo de los atlantes hasta su llegada a Egipto.

Esta fecha aparece en el zodiaco de Dendera al ser la constelación de Leo la que sobre una barca parece guiar a todo el conjunto. Fecha tan arcana fue también mencionada por el grupo de astrónomos de Charles Dupuis que estudiaron el zodiaco a su llegada al Museo Imperial de París (futuro Museo del Louvre) en 1.822.

Aparte de la interpretación del zodiaco, apunta la posibilidad de que la conexión de Egipto con la Atlántida se corresponda con el carácter fonético del país del Nilo. Según Slosman la antigua Atlántida se llamaba AHA-MEN-PTAH (Amenta para los griegos y Amenti en español) cuya traducción sería el "primer corazón de Ptah o corazón primogénito de Ptah", siendo Ptah el dios principal atlante.

Los supervivientes fundaron tras el cataclismo otro país llamado ATH-KA-PTAH, que significa el "segundo corazón de Ptah", que los griegos fonetizaron en la palabra Aegyptos. Por ello la palabra EGIPTO sería el nuevo nombre del país atlante.

Los sacerdotes atlantes, sabedores del peligro que se avecinaba, hicieron construir unas barcas para salvar a su pueblo. Serían las "barcas sagradas" que aparecen en todos los grandes templos. Un dato curioso es que nosotros llamamos ahora al norte de África Magreb, siendo los países de Marruecos, Túnez y Argelia llamados magrebíes.

Esta palabra proviene de la antigua "Moghreb" que significa "Tierra de Poniente o del oeste".

No existe tierra ni civilización que desde el este pudieran llamar así a África, a no ser aquellos que alguna vez habitaron la Atlántida, porque sólo desde allí podría verse Africa al oeste. Dicha palabra, por tanto sería otra aportación atlante.

El techo de la sala hipóstila de Dendera sería una escenificación del cataclismo atlante. En la interpretación ideográfica de los jeroglíficos una línea quebrada significa "agua"; dos líneas señalarían en plural "aguas"; tres líneas apuntarían "la crecida del Nilo"; y el "diluvio" estaría representado por cinco líneas. Pues bien, tanto en el techo del templo como en el zodiaco aparecen ocho líneas quebradas, el superdiluvio o gran cataclismo que produjo el hundimiento de la Atlántida y que fue descrito por Platón en Timeo y Critias.

Para un gran número de estudiosos la civilización antigua egipcia debe sus extraordinarios conocimientos a los atlantes. Para Slosman, además, le deben también sus dioses. Sostiene que el capítulo XVII del Libro de los Muertos "recoge la teología original del mundo de la cual todas han derivado…

El Antiguo Testamento no es sino una copia de esta Teología original, en la que Moisés era Príncipe de Egipto y, por tanto, había sido elevado a Gran Sacerdote". El nombre de Moshe, Moisés, no significaría "salvado de las aguas" sino "nacido de las aguas" por lo que tiene una connotación con los "nacidos de las aguas del cataclismo", los "primogénitos" descendientes de Osiris y sucesores de Horus en Egipto.

Moisés, por tanto, no sería un príncipe cualquiera sino que aprendió la cosmogonía egipcia y también la tecnología de los dioses.



Los dioses extraterrestres

Los dioses atlantes aparecen en procesión subiendo la escalera principal que conduce a la terraza del templo de Dendera.

La comitiva está compuesta por todos aquellos dioses primigenios, sucesores de Horus, cuya representación pictórica en el Antiguo Egipto muestra una clara diferenciación con el resto de los mortales… son verdes.

El caso es que si la teología atlante es idéntica a la de Abraham y a la de Moisés, y por ende el Antiguo Testamento proviene de ella, ¿dónde estarían esos hijos de dios que se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos que fueron los héroes de la antigüedad? (Génesis, 6-1)

Moisés debería estar al tanto de los grandes conocimientos tecnológicos de los que encontramos gran profusión en el templo de Dendera. Porque a parte de las famosas "bombillas de Dendera", el templo guarda un secreto mucho más importante relacionado con la energía y su utilización. Es lógico encontrar a los dioses como protagonistas de todo tipo de escenas litúrgicas, pero su procesión hacia la terraza del templo es una incógnita. ¿Qué se quiso representar con ello?.

Una escalera de caracol desde el piso principal desemboca en la zona superior del templo. Allí se encuentran varias capillas dedicadas al misterio de la muerte y resurrección de Osiris, y la habitación que alberga el zodiaco. En un nivel superior, al que se accede por una escalera exterior, se encuentra la terraza. Existe otra escalera de caracol simétrica a la de subida y que está destinada a la bajada.

Ambas escaleras están decoradas prácticamente con los mismos motivos aunque contrarios. Por una, la comitiva de grandes sacerdotes se encaminaba hacia la terraza llevando ofrendas y otros objetos. Por la otra, los sacerdotes bajaban después de haber realizado sus ritos en la terraza. Ya no bajaban las ofrendas, aunque transportaban el mismo objeto misterioso que habían subido anteriormente.

Este objeto, rectangular, llevado con sumo cuidado por varios sacerdotes especialistas, mantiene una clara diferencia cuando sube y cuando baja. Cuando es transportado en la subida está repleto de serpientes cobra, símbolo de energía en el antiguo Egipto. Pero cuando baja las cobras han desaparecido, ya no tiene energía.

¿Qué pudo haber pasado en la terraza?.



¿Aterrizaron naves en Dendera?

El techo del templo, salvo unas vistas estupendas, no tiene nada más.

Es una gran explanada de piedra rodeada de un pequeño muro que no motiva, aparentemente, la procesión ni de dioses ni de sacerdotes. Pero un estudio de la superficie de la terraza nos ofrece otras pistas de increíble naturaleza. Por todo el suelo, en una superficie pétrea que sería capaz de albergar una cancha de baloncesto, se distribuyen unos orificios dispuestos en líneas enigmáticas.

Un primer examen ocular indica que sobre las líneas se volcaron metales derretidos pues la presencia de cobre y zinc (o plomo) parece confirmar la idea. Las placas metálicas se colocarían bajo un plan preciso, donde los metales funcionarían según los propósitos de un ingeniero electrónico, porque una placa electrónica es lo que parece la terraza superior del templo de Dendera.

Tanto por el pedestal que rodea el conjunto, como por unos orificios que podrían utilizarse como desagües, podemos pensar que incluso la terraza podría llenarse con algún tipo de líquido para producir efectos de electrolisis, una técnica conocida en Egipto desde tiempos remotos. Pese a que nosotros sólo hemos podido conocer esa técnica desde 1.831 (Faraday), el Museo de El Cairo está lleno de joyas donde la soldadura entre oro y plata se produjo por este procedimiento.

La energía que pudiera obtenerse de esta disposición electrónica debería ser utilizada por algo, o por alguien. Y sólo así entenderíamos por qué el techo del templo era tan importante para los sacerdotes. Esa plataforma tenía que ver con los dioses. El que los sacerdotes bajasen de la azotea sin ofrendas puede interpretarse como que las dejaban arriba para que se pudrieran o que algún listillo las recolectará con posterioridad.

Pero el hecho más significativo es precisamente la operatividad de un objeto que, según aparece esculpido, es una copia exacta de otro muy especial, el Arca de la Alianza. La conexión entre el Arca y Egipto no ofrece dudas, ni los conocimientos de Moisés tampoco.

El Arca de la Alianza poseía unas características electromagnéticas que la hicieron peligrosa ante cualquier manejo erróneo. Solo los sacerdotes especialistas podían manipularla. Lo que apreciamos en Dendera es similar. Si ciertas naves aterrizaron en el techo del templo, o los sacerdotes imitaran con esa liturgia contactos producidos en tiempos más remotos, sería lógico suponer que los dioses aportarían a los mortales su sabiduría y su tecnología.

Pero no es así, los dioses bajaron en sus naves para hacerse cargo de una pila cargada en el sancta sanctorum del templo, por unas energías que desconocemos pero que muchos sensitivos han logrado captar. Los dioses habían obtenido su ofrenda en forma de electricidad.

Dioses que recorrían el cielo de Egipto y que descendían precisamente en el templo dedicado a la Dama del Cielo, tal y como fue descrito por Berosso o por Demetrio de Falera, director de la Biblioteca de Alejandría y autor de la obra titulada,
"Acerca de las luces que se ven en el cielo, puntos luminosos que se ven ocasionalmente en el cielo y que nada tiene que ver con las estrellas".
Para los que creen que la cultura faraónica surgió del caos más primitivo, los antiguos egipcios adoraron a vulgares vacas, cocodrilos, carneros o escarabajos.

Pero algunas pistas, como las encontradas en el templo de Dendera, nos permiten vislumbrar que aquellos sacerdotes no eran tan simples.

El Siniestro Zodiaco de Dendera y su relacion con la Atlantida







Uno de los atractivos de Egipto es el desconocimiento que se tiene sobre él, aún después de más de cien años de intenso estudio. Y ello por referirnos a las investigaciones occidentales; no olvidemos que hace más de dos mil años el país del Nilo era asignatura obligada para los sabios de la Grecia clásica. Un ejemplo claro se encuentra en Déndera, un templo de neto corte ptolomaico.
Estamos ante uno de los templos más bellos de todo Egipto. En él abundan de modo abigarrado inscripciones y jeroglíficos, junto a enormes relieves y pinturas que no incluyen una sola palabra de texto. Esto es lo que ocurre con sus dos “zodíacos”, porque en Déndera no hubo uno, sino dos. El conocido y circular, que fue robado por Napoleón y llevado a Francia cortado en pedazos. Se contempla en el Museo del Louvre.
Este es un dibujo esquemático del mismo, en el que pueden apreciarse sus elementos con excepción del trozo en el que figura la diosa Hathor.


El otro zodíaco, rectangular y menos conocido, está bellamente pintado con armoniosos colores, que aún se conservan, y ocupa una larga franja a todo lo largo del techo de la sala hipóstila.
En los zodíacos no hay nada de texto en ellos, tampoco en los originales. Nada, ni una sola frase.
Existen diversas interpretaciones sobre su contenido. En el Museo del Louvre te ofrecen una según la cual, el circular, era un calendario astronómico donde pueden leerse incluso predicciones de eclipses. Otros afirman que sólo es un grabado que contiene la clásica división zodiacal griega del universo.
Albert Slosman nace en 1925 y muere en 1981. Fue profesor de matemáticas, era experto en análisis informático, y participó en los programas de la NASA para el lanzamiento de los Pioneer sobre Júpiter y Saturno.
Slosman se sumergió en la exploración documental referida al hundimiento de un continente situado en el Atlántico, a la supervivencia de muchos de sus habitantes, al éxodo de éstos a través del Norte de África y a su posterior asentamiento en Egipto. Veamos cómo procedió en las pesquisas que lo llevarían a articular la teoría que para él era certeza.





Comencemos con el significado del nombre jeroglífico del continente que hoy conocemos como la Atlántida a través de los textos de Platón.
En lenguaje jeroglífico, esta tierra desaparecida era conocida como Ahâ-Men-Ptah, o “Primogénito-Durmiente-de-Dios”, denominación que experimentó posteriormente una contracción en el conjunto de textos que conforman el denominado -impropiamente, según Slosman- Libro de los Muertos: El Amenta. El nombre, sin embargo, continuaba evocando el significado original de “País de los Muertos”, “País de los Bienaventurados”, y “País del Más Allá”.
Por su parte, los sucesivos monarcas de este continente fueron, tradicionalmente, los Ptah-Ahâ, cuyo significado, en la lengua jeroglífica, es el de “Primogénito-de-Dios” puesto que, en efecto, todos los reyes descendían por línea directa del primer Hijo de Dios, es decir, el Primogénito.
Siempre siguiendo la traducción e interpretación de Slosman, tendríamos que Ahâ se pronuncia Ahan y que Ptah también se escribe Phtah, de su fonetización en lengua griega, en la que la letra pi se convierte en phi (fi), por lo que Phtah-Ahan fue fonetizado “Faraón”, que de Primogénito-de-Dios pasó a ser “Hijo-de-Dios”.
Y de la misma manera se explicaría el que Ath-Kâ-Ptah (Segundo-Corazón-de-Dios) se convirtiera, en la fonetización griega, en Aegyptus, Egipto para nosotros.
En busca de pruebas con las que documentar su búsqueda -su convicción, más bien- acerca del Origen, con mayúscula, de todos y de todo, Slosman llega a Déndera, en Egipto. El de Déndera es un templo cuya actual reconstrucción es la sexta, realizada por Ptolomeo II Evergetes, pero siguiendo escrupulosamente los planos originales del primer templo construido en el mismo enclave. Y es a este preciso emplazamiento a donde los bisnietos de los supervivientes del éxodo del Gran Cataclismo llegaron en primer lugar. Allí, en sus muros, Slosman pudo leer:
En el principio, estas palabras enseñaron los Ancestros, aquellos Bienaventurados de la Tierra primera: Ahâ-Men-Ptah. Los que convivían con las Creaciones del Corazón-Amado: el Corazón-Primogénito.
Estas fueron las primeras palabras: Yo soy el Muy-Alto, el Primero, el Creador del Cielo y de la Tierra, yo soy el diseñador de las envolturas carnales y el proveedor de las Parcelas divinas. Yo he colocado el sol sobre un nuevo horizonte como gesto de benevolencia y testimonio de Alianza. He hecho elevarse al Astro del Día sobre el horizonte de mi Corazón, pero para que así sea he instituido la Ley de la Creación que actúa sobre la Parcelas de mi corazón para animarlas en los [corazones] de mis Criaturas. Y así fue.
La actuación de esta Ley sobre las criaturas tiene lugar -así cuenta Slosman que se desprende de los textos jeroglíficos grabados en los muros del templo de Déndera- a través de los “Doce”, que son los Doce Soles de las doce constelaciones ecuatoriales celestes, cuya mecánica y funcionamiento recibe, en lenguaje jeroglífico, el sugerente nombre de “Combinaciones-Matemáticas-Divinas”. Según los mencionados textos, estos Doce Soplos, o Hálitos que conforman el ecuador celeste, llevan el nombre de “Cinturón” y de él emergen Cuatro Primogénitos, Cuatro Soplos llegados desde los cuatro puntos cardinales: los Maestros, cuya personificación son los Cuatro Hijos de Horus, que aparecen citados a menudo en numerosos versículos con sus propios nombres y que son, además, quienes imprimen el esquema vital fundamental del alma de las criaturas.



Este principio, tan resumidamente expuesto, es el que los sucesivos pontífices transmitieron durante milenios, como secreto sagrado, únicamente a los sumos sacerdotes en la “Casa-de-Vida”, contigua al “Templo-de-la-Dama-del-Cielo”, en Déndera.
Esta antigua “Escuela”, cuyo origen se remonta a la mismísima llegada de los primeros supervivientes, está autentificada no sólo por los textos, sino también por las sepulturas sacadas a la luz bajo la colina de los Pontífices, a menos de tres kilómetros del templo. Allí reposan los “Sabios entre los Sabios”, los Bienaventurados que poseyeron el Conocimiento de la voluntad divina. Uno de ellos impartía enseñanza bajo un “Maestro” de la II dinastía, en el cuarto milenio antes de nuestra era; otro bajo Khufu (Keops), cuyo escriba real señala que el templo fue reconstruido por su señor (fue ésta la tercera reconstrucción) siguiendo los planos encontrados en los cimientos originales, escritos sobre rollos de cuero de gacela por los “Seguidores de Horus”, es decir, por los propios Primogénitos, mucho antes de que el primer rey de la I dinastía ocupase el trono.
Fueron, por tanto, estos descendientes directos quienes transmitieron la Ley divina, cuyas “Combinaciones-Matemáticas” permitirían a los hombres regirse por si mismos según cánones de Justicia y de Bondad.
Los ancestros escribieron asimismo:
Yo soy Yo, nacido de si mismo para convertirse en el Creador de Imágenes a su semejanza, tras la salida del Caos. Ellas [las imágenes] son los recipientes de las Parcelas divinas, que las convertirán para siempre, a su vez, en los Bienaventurados del Sol naciente, mientras observen una estricta obediencia a mi Ley. Pues yo soy el Pasado de Ayer que prepara el Porvenir del Sol gracias a los Doce.
Los pontífices de Ahâ-Men-Ptah habían delimitado perfectamente el problema, ciñéndose con exactitud a los poderes directos que atribuyeron a las diversas soluciones combinatorias, remontándose a muy atrás en el tiempo para apoyar sólidamente sus observaciones. De ahí la acumulación de precisiones acerca de los poderes de los “Doce”.
Para hacernos cargo cabalmente de todo ésto tendríamos que partir, dice Slosman, no sólo de diez milenios atrás, sino de hace veinticinco mil años, época en la que Ahâ-Men-Ptah existía como un continente de clima templado, vegetación exuberante, numerosas especies de una fauna hoy ya extinguida en su mayor parte, y en el que la especie humana habitaba pacíficamente en auténticas ciudades edificadas.
Ahâ-Men-Ptah debió sufrir una primera devastación volcánica que provocó un importante hundimiento de tierra que formaría el Mar del Norte, esculpiendo innumerables brechas en la actual Islandia. Un período de fuertes heladas se instaló en esta parte del mundo, acumulando hielo en un casquete polar uniforme. La propia Siberia, que era entonces una región bastante templada, vio cómo desaparecía su lozana vegetación y eran aniquilados los mastodontes que no pudieron escapar a tiempo de las heladas.
Tras esta “advertencia”, y a partir de este dato, comienza realmente la historia de Ahâ-Men-Ptah, y la cronología va a utilizar este trastorno, que la memoria humana ha “legitimado”, para remarcar los anales de un principio característico.
En efecto, los eruditos de estos primeros tiempos comprendían cada vez mejor los movimientos y las combinaciones celestes, así como los fenómenos beneficiosos o perjudiciales resultantes de ellos. A partir de este momento se instituye un método gráfico figurativo a partir de la observación atenta y de la anotación meticulosa de la marcha de los planetas, del sol y de la luna, sus figuraciones y sus configuraciones, así como las formas más geométricas de las doce constelaciones de la elíptica ecuatorial celeste, y aún las más lejanas de Orión y Sirio, de singulares características. De aquí derivaron las repercusiones de las Combinaciones sobre la Tierra, tanto en relación al comportamiento humano, como a la evolución de la Naturaleza.
Después de este minicataclismo, la vida de Ahâ-Men-Ptah se reagrupó más al sur y transcurrió apaciblemente durante cincuenta siglos, hasta el momento en que nació el primer Ahâ, el Primogénito Usir, u Osiris, engendrado por la Divinidad en Nut, inminente esposa de Geb (que fue debidamente prevenido del hecho) quien, por su parte, sería el penúltimo rey de aquella tierra.
Geb desposó, pues, a Nut y tras el nacimiento de Usir, la pareja tuvo tres hijos más: Usit, cuyo nombre en la rebelión posterior pasó a ser Sit (Seth en griego) y dos gemelas llamadas Nek-Bet e Iset, tambien conocidas como Nephtys e Isis, de las cuales la última se convirtió en la esposa de Usir.
A esta pareja, Usir e Iset, los augures anunciaron que el Hijo que les nacería sería el generador de la nueva nación que surgiría de los supervivientes del Gran Cataclismo. Nació, en efecto, un varón al que se le impuso el nombre de Hor, u Horus.
Y fue poco antes de que Hor sucediese a su padre, cuando Usit atacó la capital de Ahâ-Men-Ptah con tropas rebeldes reclutadas al efecto, iniciando así el proceso de hundimiento del continente, pues al asesinar a Usir a lanzazos, la cólera de Dios se desencadenó sobre las criaturas y sobre Su creación.
Podemos imaginar, tal vez, siniestros crujidos alzándose desde las profundidades de la tierra y volcanes tranquilos desde hacía milenios activándose de repente y expulsando toneladas de lava desde sus cráteres recién abiertos; una lluvia de piedras solidificadas y de residuos de todo tipo abatiéndose sobre una multitud enloquecida que corría hacia el puerto donde las barcas “mandjit”, reputadas de insumergibles aguardaban, estrechamente vigiladas, a fin de que la evacuación pudiera llevarse a cabo de la manera más organizada posible, si bien la falta de visibilidad y el caos reinante lo hicieron impracticable y la mayoría pereció. Era el fin de todos y de todo. La capital y el continente entero se hundieron rápidamente en el agua.
Esto ocurría, según Slosman, el 27 de julio de 9792 antes de nuestra era, fecha que consideraba inequívoca gracias a la lectura e interpretación de los acontecimientos narrados en el planisferio celeste grabado en el techo de una de las salas del templo de Denderah, más conocido con el nombre
de “zodíaco”.
¿Pero qué dice el zodíaco o planisferio de Déndera, según una concepción más aproximada a la astronomía?
Estudiémoslo con detenimiento.
El planisferio de Déndera, aparece sostenido por doce divinidades, ocho arrodilladas y cuatro de pie. Las divinidades que están de pie son las cuatro diosas de los puntos cardinales. Las arrodilladas, de cabeza de halcón, yo las identificaría con los Hehu que aparecen en el Libro de la Vaca Sagrada y su cometido es originariamente, junto con las diosas de los puntos cardinales, dar estabilidad a Nut, diosa cuyo cuerpo alberga el cielo.




El planisferio propiamente dicho, lo encontramos rodeado por los 36 decanos. Los decanos se utilizaban originalmente en los relojes estelares egipcios para fijar las horas nocturnas. Aquí sin embargo, su función cambia y los encontramos como divisores de las constelaciones zodiacales: cada decano supone 10 grados y hay tres por constelación. En el planisferio de Déndera, aparecen representadas todas las constelaciones zodiacales. Obviamente eso es algo que no podremos observar en el cielo nocturno, sin embargo hay un detalle interesante en su representación. La eclíptica (la línea a lo largo de la cual se distribuyen las constelaciones zodiacales) efectúa un movimiento ondulatorio. La altura de esta línea sobre el horizonte se llama declinación, la declinación máxima se alcanza en las regiones de Géminis y Tauro y la mínima, en las de Acuario y Capricornio. Los diseñadores del planisferio de Déndera tuvieron en cuenta esto colocando más cerca del centro, con una declinación más elevada, las constelaciones de Tauro y Géminis, siendo las más bajas las de Acuario y Capricornio. Esto nos da la pista de que los diseñadores de este planisferio, abandonan la idealización de los calendarios lineales para tratar de acercarse más a una visión real del cielo. Hay que hacer sin embargo una puntualización a esto. Si nos fijamos, la eclíptica de Déndera no es como la que encontramos en los modernos planisferios, sino que se quiebra en Cancer para seguir otra vez de forma regular a partir de Leo; se ha atribuido esta peculiaridad a problemas de espacio, una explicación que si bien es plausible, tambien es discutible.


El planisferio, además de las constelaciones zodiacales y las puramente egipcias, también cuenta con representaciones de los cinco planetas visibles a simple vista; identificables fácilmente en el planisferio gracias a que están identificados con su nombre en caracteres jeroglíficos. La ubicación de los planetas en el planisferio es un poco especial, su posición es la denominada «en exaltación» y consiste en situarlos en los signos a los que están asociados astrológicamente. La relación es la siguiente: Mercurio en Virgo, Venus en Piscis, Marte en Capricornio, Júpiter en Cáncer y Saturno en Libra. En lo que se refiere a los planetas interiores, es imposible encontrarlos en esas ubicaciones simultáneamente. Desde nuestro punto de vista, viajan demasiado juntos, siempre cerca del Sol y las constelaciones asociadas a ellos en Déndera están demasiado alejadas entre sí. Algunos investigadores han tratado de datar el planisferio utilizando las posiciones de los planetas exteriores, que podemos encontrar durante la noche en cualquier posición a lo largo de la eclíptica. Así, nos encontramos con que en el periodo comprendido entre mayo y junio del año 51 a. C. los planetas exteriores se encontraban ubicados tal y como nos muestra el planisferio de Déndera. Dadas las diferencias de los periodos de translación entre los tres planetas, esto no es algo que ocurra todos los días, pues su posición solo ha vuelto a repetirse tres veces desde entonces. Personalmente soy escéptico con respecto a los resultados de este método de datación. Trataré de afinar un poco más, pero hasta el momento los resultados que he conseguido utilizando un par de generadores de cartas no han sido nada esclarecedores.
Abandonamos ahora la seguridad de la línea del zodiaco para adentrarnos en las constelaciones puramente egipcias que la rodean. Justo debajo de Tauro aparece Orión; esta constelación era conocida por los egipcios como Sah y se identificaba con Osiris. Siguiendo a Osiris en su viaje por el cielo nos encontramos a Isis representada en forma de vaca con Sirio, la Sepedet egipcia entre los cuernos. Otras constelaciones que podemos identificar de forma razonable, son la pata de toro que sería nuestra Osa Mayor y el pequeño chacal con la azada, identificado como el dios Upuaut, «el abridor de caminos» que sería la Osa Menor representando la azada las estrellas principales de esta constelación. La hipopótama que vemos junto al chacal (Isis-Djamet) estaría formada por nuestra constelación del Dragón complementada por algunas de constelaciones vecinas. Con el resto de constelaciones la cosa se complica y su posición en el mapa nos sirve de ayuda pero no es concluyente. Personalmente, yo casi metería la mano en el fuego para identificar el pequeño pato que hay encima de Capricornio con la constelación de Aquila que es una de mis favoritas y siempre me ha sugerido más el vuelo de un ganso que el de un águila.
También existen en el planisferio unas curiosas figuras inscritas en círculos que se han identificado con eclipses; muy bien podría ser eso, pero los cálculos de distintos investigadores no se ponen de acuerdo con los programas generadores de cartas en cuanto a la fecha exacta en que se produjeron los «eclipses» representados en Déndera. Aquí empezamos a movernos en un terreno que me resulta de lo más escabroso y traicionero. Según unos investigadores, los eclipses se produjeron en una época razonablemente cercana al diseño del planisferio como para ser representados en él. Otros ven predicciones de efemérides (no necesariamente eclipses) que se producirían después de que el planisferio estuviera instalado en su lugar definitivo. Y no falta quien ve en esas figuras naves espaciales.