La mitología rusa tiene -entre sus más perversas y maléficas criaturas- a Baba Yaga, una terrible bruja con aspecto de vieja enjuta, con nariz azul y pechos de piedra, que come niños.
Generalmente el folclore eslavo –especialmente el ruso- describe a Baba Yaga por su aspecto huesudo y arrugado, una gran nariz azulina, dientes de acero y una pierna normal y una de hueso. Deambula entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, porque alguna vez estuvo viva, otra vez estuvo muerta, y ahora no está ni viva ni muerta. Baba Yaga vuela sobre un almirez o una olla, remando con su escoba plateada. Busca carne humana para comer, especialmente niños, para romperle los huesos con sus dientes de acero y desgarrarlos. Cuentan que, a pesar de que come en grandes cantidades, Baba Yaga siempre ha sido huesuda. Una choza levantada sobre dos patas de pollo gigantes es su hogar, cuyo frente adorna con cráneos y velas. Su casa siempre abunda en carne y vino, y es vigilada por sirvientes invisibles entre los que se encuentran los caballeros blanco, rojo y negro, que también controlan el día, el atardecer y la noche. Algunos dicen que Baba Yaga no es completamente mala. Cuentan que alguna vez fue una criatura muy cercana a los poderes de la tierra, que por alguna decepción fue convirtiéndose cada vez más perversa. Bajo su imagen benévola, Baba Yaga responde a todo pedido de consejo y ayuda a quienes se lo piden, sobre todos si son puros de corazón. Posee el conocimiento de la verdad y de las fuerzas de la naturaleza, por eso en los cuentos populares muchas veces se la puede encontrar como consejera. Muchos dicen, también, que Baba Yaga son tres brujas con el mismo nombre y aspecto similar o, visto de otra manera, una bruja triple. Otros afirman que es el tercer miembro de la Diosa Tripartita, símbolo de las tres edades de la mujer (Virgen, Madre y Bruja).
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