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domingo, 15 de abril de 2012

El Sol de Esmeralda

Salvo que en medio de aquellos laberintos hubieran encontrado una nueva luz, un ámbito vital suficientemente grato para que en él hubieran hallado consuelo a los infortunios del viaje y les hubiera repugnado la idea de abandonarlo para seguir la peregrinación a través de los túneles interminables.

El escritor Peter Kolosimo menciona que en la Amazonia, un explorador extraviado accidentalmente en un vasto laberinto subterráneo fue adentrándose más y más en él, a ciegas en su angustia. De pronto, el hombre se encontró en un lugar donde los muros de roca y tierra lucían iluminados “como por un sol de esmeralda”. Estas cavernas iluminadas tan fuertemente por aquella luminosidad se extendían indefinidamente. Refiere que el aventurero se encontró también ante un enorme insecto que parecía una araña de dimensiones colosales y un apetito también colosal, por lo cual debió salir huyendo tan rápido como le fue posible. Durante su huida, el explorador divisó al fondo de una de las galerías iluminadas unas sombras que semejaban seres humanos.






También las tradiciones de las lamaserías tibetanas afirman que existen vastos espacios subterráneos en los cuales abunda una fuente de irradiación de energía que emite una especie de luminiscencia verde capaz de sustituir con ventaja los rayos solares ya que estimula el crecimiento de los vegetales y prolonga admirablemente la vida humana retardando al mismo tiempo el envejecimiento del cuerpo y de la mente.

En los Estados Unidos hay otros aportes curiosos que refuerzan las tradiciones folklóricas acerca del “sol de esmeralda”. Un buscador de oro, de apellido White, cuenta que durante una de sus incursiones en busca de mineral se adentró por unas cavernas naturales, en 1935. Relata que avanzó mucho hacia el interior de la tierra hasta encontrarse de pronto en una plaza o sala de vastas proporciones donde yacían centenares de cadáveres humanos que parecían naturalmente momificados. Unos aparecían sentados en escaños de piedra tallada; otros estaban tendidos sobre el pavimento de piedra lisa y bien nivelada, en posturas extrañas, como si una muerte súbita los hubiera congelado en medio de movimientos danzarines. White agrega que aquellos seres se veían vestidos con ropas hechas de un material semejante al cuero, aunque claramente se trataba de otra cosa. En torno a ellos resplandecían grandes estatuas de oro fundido. Dijimos “resplandecían”, pues todo el lugar estaba nítidamente iluminado por una extraña fluorescencia verde.

Tierra Hueca, el Reino Subterráneo

Una de las más arcaicas y magnificas leyendas de la humanidad primitiva es la de un reino portentosamente rico, poderoso y sabio que existe oculto en las entrañas de la Tierra. Se dice que allí impera un monarca quien podría ser, si lo quisiera, el Rey del Mundo, el Maha Choan, Señor de la Civilización y del Tiempo.

Esa leyenda tiene raíces profundas que se pierden en misterios que apenas vislumbramos, en arcanos de los que apenas estamos hallando las primeras pistas.

Mas, por ahora, debemos tomarla sólo como leyenda. Como la crónica de hechos a veces mal comprendidos, que ha cruzado el lago sombrío del tiempo de susurro en susurro, acompañada a veces por cánticos, ante la mirada absorta de nuestros remotos antepasados que entonces eran niños.



Arde el fuego, esplendoroso y cálido, en la gruta, la cabaña o la torre de piedra. Quizás afuera se arremolina el viento helado haciendo restallar el peligroso grito de caza de la manada de lobos prehistóricos de poderosa espalda jorobada y mandíbulas capaces de triturar de un mordisco el fémur de un guerrero.

Afuera esta el miedo, el dolor, la muerte, aunque las estrellas brillen reflejándose en los ojos atentos de las fieras. Lo bueno, lo amable, está adentro, junto al fuego central, ese diminuto sol familiar y sagrado. Los muros de la choza los quisieran más gruesos y firmes. Los de la torre dan seguridad porque son de sólida piedra. Pero los muros de la caverna son la Tierra misma que, como una madre, es capaz de envolvernos, cobijarnos.

Alguna vez, a la entrada de la gruta, el oso hambriento procuró entrar con osadía desesperada y rabiosa. Nuestros antepasados niños entonces se escurrieron aterrorizados hacia el fondo, al último hueco de la roca en busca de un refugio contra el Exterior devorador. El pasillo secreto, el túnel, fue por cierto sinónimo de refugio y escape.

Todavía en el Siglo XVII después de Cristo, muchas fortalezas, monasterios y caserones de hacendados eran construidos con túneles subterráneos, secretos, que emergían en lugares bien disimulados a prudente distancia, como vía de escape para las situaciones de crisis.

El célebre historiador romano Plinio refiere que los habitantes de la isla maravillosa de Hiperbóreas (país mítico de gran belleza) lograron huir del cataclismo que hundió aquel edén bajo un sudario de hielo, a través de cavernas y túneles que llegaban hasta el Sur de la actual Alemania. Es decir, 1.200 millas náuticas de galerías subterráneas uniendo el círculo ártico con las tierras templadas. Esto equivale a 2.246 kilómetros. Tratar de imaginarse lo que debió haber sido semejante viaje es ya difícil y agotador. Realizarlo debe haber sido infernal. Algunos miles de seres humanos cargando las vituallas que alcanzaron a tomar, llevando a sus niños por una interminable senda de tinieblas absolutas, siempre con el temor de los abismos súbitos, debiendo elegir las galerías correctas, so pena de extraviarse irremediablemente. A menudo encontrándose en boquerones ciegos. Un viaje de meses interminables, durante el cual sin duda hubieron de complementar su alimentación con las sabandijas ciegas que han elegido por morada esos lugares donde jamás llega la luz astral. Insectos, murciélagos, gusanos, peces estrafalarios.

Todos estos elementos de la experiencia humana, reales o supuestamente reales, se articulan para darle grandeza a la leyenda auténtica, al mito que opera como uno de los potentes motores de una cultura.

El gran filósofo de la ciencia Teilhard de Chardin hizo notar que la vida tiene una voluntad tenaz, metida en su esencia misma, que tiende a hacerla cubrir físicamente, geométricamente, toda la esfera planetaria, aún los lugares más inhóspitos. La vida que descubren los espeleólogos (los que estudian las grutas y cavernas) en las profundidades de la tierra, da una prueba del heroísmo con que esos seres cumplen su vocación colonizadora.

Así, pues, si en verdad ocurrió aquel viaje desesperado de los hiperbóreos hacia el Sur de Alemania, se encontraron en las cavernas las dos categorías de seres vivientes que podrían haberse hallado ahí: los fugitivos, en busca de salvación, y los colonizadores, siguiendo el laberinto de su destino.

Por cierto que los más asustados eran los más peligrosos. Ha de haber sido nauseabundo presenciar alguna de aquellas lúgubres panzadas de sabandijas ciegas, en que bellísimos niños hiperbóreos, con damas tan hermosas como encantadoras, debían asumir la realidad de la miseria y olvidar la repugnancia.

¿Podríamos, entonces, imaginar que algunos de aquellos fugitivos hubieran preferido quedarse para siempre habitando aquel mundo sin luz? Para nosotros, la posibilidad es inconcebible. Sólo un loco hubiera elegido exiliarse para siempre de la claridad celeste de los días.

EL ANTAGONISMO DE LA CIVILIZACIÓN

A pesar de todo lo que se sabe de los hombres lobo, desde leyendas antiguas y mitos hasta explicaciones científicas y médicas, el animal continúa suscitando intensos debates. Los grupos conservacionistas luchan por el derecho de los lobos a existir, pues consideran que simbolizan todo lo que es salvaje y libre en la naturaleza; otros preferirían eliminarlos por completo al verlos como predadores peligrosos y destructivos. La incómoda relación humana con los lobos continúa.

El hombre lleva una bestia dentro de sí y desea secretamente convertirse en una para perder las limitaciones civilizadas. Cuanto más civilizados somos, más necesitamos fantasear sobre no ser civilizados.





Tales fantasías se expandieron cuando las viejas películas sobre los hombres lobo se pasaron por televisión en los años 1950. Los niños empezaron a desarrollar una afinidad con la tenebrosa criatura. Cuando niño uno se aferra a los monstruos, porque son tan incomprendidos como uno. También les cuesta adaptarse al ambiente, pero se defienden y se fantasea a través de ellos.

Más que un objeto de temor, el hombre lobo se estaba convirtiendo en un icono de la cultura popular. En 1972, el legendario Stan Lee de la Marvel Comics, creo una serie llamada “Werewolf by Night” (Hombre Lobo de Noche).

Los adultos contemporáneos se han resistido a considerar el hombre lobo como una cosa de niños. La exitosa novela de Gary Brandner de 1977 “The Howling” (El Aullido) acerca de una sociedad coetánea de hombres lobo se convirtió en un clásico de culto, en parte por el enfoque de la salvaje sexualidad y lujuria del hombre lobo. “La cara del lobo estaba a centímetros de la suya. Su aliento, caliente y húmedo, silbaba en su oído. Los dientes brillantes, grandes como un dedo, daban tarascones en el aire y se acercaban a su garganta”.

Parte de la dicha de ser hombre lobo, es que uno puede saltarle encima a la mujer loba que quiera y nadie lo mirará con extrañeza. Es la libertad de ser tan sensual y lujurioso como uno desea ser.

En 1997, el servicio postal de Estados Unidos se unió al frenesí al lanzar cinco estampillas de monstruos del cine. El hombre lobo de Lon Chaney Jr. está en boga de nuevo después de más de cincuenta años desde que el escritor Curt Siodmak creó el personaje.

El hombre lobo ha evolucionado a través de la historia. Lo que la mayoría aceptamos ahora como leyenda fue una vez muy real. Comenzó como una forma de explicar lo inexplicable, una criatura a quien se le podía culpar de las atrocidades del hombre. Símbolo de la sexualidad y el poder que muchos humanos envidian pero no pueden tener.

LICANTROPOS HEREJES

En los siglos XVI y XVII, Europa era un hervidero de actividades de hombres lobo. Eran tiempos tumultuosos en los que imperaban miedos irracionales, supersticiones y cambios religiosos radicales.

En la cúspide de la Edad Media, sobretodo cuando estaba por empezar la Reforma, comenzaron las luchas contra la brujería y las quemas en la hoguera. Junto con la lucha contra la brujería, empezó una nueva lucha contra la licantropía y surgió una nueva ola de creencias que los hombres lobos y las brujas existían y que tenían un impacto sobrenatural y negativo sobre la sociedad.




El pánico que rodeaba a los hombres lobo aumentó con la histeria de la brujería. De 1300 a 1700, miles de personas fueron enjuiciadas bajo el cargo de brujería. Las acusaciones de sacrificios humanos, canibalismo y libertinaje sexual, provenían principalmente de los campesinos. Pero los acusados también eran, casi en su totalidad, campesinos.

La histeria por la brujería fue alimentada en parte por los problemas económicos y sociales. La pobreza, las enfermedades, el crimen y el hambre azotaban a los europeos. Los campesinos trabajaban mucho y recibían muy poco. Imposibilitados para surgir, muchos campesinos atribuían su pobreza y otros problemas a las brujerías de sus vecinos. Por esta razón, otros campesinos se convirtieron en chivos expiatorios de males sociales incurables.

Sus temores también estaban alimentados por la religión. En ese entonces, la Iglesia católica era la fuerza que regía la vida de las personas, dictaba los patrones de conducta y daba explicaciones a los fenómenos que la gente no comprendía. De acuerdo con la doctrina eclesiástica, la intención de Satanás era destruir la civilización cristiana; y para ello requería de hordas de discípulos, de brujas. La hechicería era considerada como una traición, un atentado para derrocar a la Iglesia.

Para detener la hechicería, la Iglesia creó la Inquisición, un proceso legal extremo que hizo posible una cacería de brujas masiva. Los obispos, que fingían de inquisidores, buscaban herejes en aquellos que hablaban contra las tradiciones de la Iglesia católica.

Hacia el año 1231, las cortes inquisidoras bajo el control directo del papado, se establecieron en toda Europa. Los herejes que se arrepentían recibían una sentencia de cadena perpetua; aquellos que no se arrepentían generalmente eran quemados en la hoguera. La Inquisición perseguía despiadadamente una acción sangrienta. Su meta era aniquilar a todo aquel que no fuera un sincero cristiano católico. Entre las víctimas estaban protestantes, judíos, brujos, místicos y hombres lobo.

La licantropía era considerada como una especie de brujería ya que implicaba un pacto con el demonio, la herejía.

Para el siglo XVI, las cortes eclesiásticas habían adoptado los procedimientos de la Inquisición para proteger a la sociedad de las brujas y de los hombres lobo. En 1532, la tortura judicial se convirtió en el medio legal para determinar la brujería malévola y la licantropía. No se podía probar el crimen materialmente ni probar que alguien hizo un hechizo. La única forma de obtener un veredicto era la confesión, y la mejor forma de obtenerla era aplicando la fuerza.

Los inquisidores, al escuchar estas confesiones y contemplar con dificultad el horror inhumano y sádico de los crímenes enumerados, prefirieron pensar que habían sido cometidos por un verdadero monstruo mitad hombre mitad lobo en conjunción con el demonio.

En Francia, el término hombre lobo era Loup-Garou, y repentinamente, a principios de 1500, comenzaron a aparecer en proporciones epidémicas. Según las leyendas, podían ser identificados con facilidad. Las cejas que se unen en el centro, pelos en las palmas de la mano, etc. Cualquiera que viviera en Francia en el siglo XVI, solo, aislado de los demás, que fuera desaliñado y que se comportara de forma rara o desagradable, fácilmente podía ser visto como un hombre lobo.

En una serie de acusaciones y arrestos entre 1520 y 1630, solo en Francia, más de 30.000 personas fueron enjuiciadas bajo la acusación de ser hombres lobo. Típica fue la historia del siglo XVI de un campesino llamado Gilles Garnier. Tenía reveladoras cejas que se unían en el medio y vivía como un ermitaño en un choza en las afueras de Dole. Los pobladores que rescataron a una niña del ataque de un lobo, pensaron reconocer a Gilles en el animal. Ellos creían que se había transformado al frotarse la piel con un ungüento mágico. Una semana más tarde atraparon a Gilles y lo torturaron bárbaramente hasta obtener su confesión para luego quemarlo en la hoguera.

Pero las víctimas de las cacerías de hombres lobo no estaban limitadas a los hombres. Del centro de Francia surgió una famosa leyenda de una mujer lobo. En la región de Auvernia, un cazador fue atacado por un lobo en 1558. En la feroz batalla, el cazador logró cercenarle una pata. Éste colocó el miembro cortado en su saco y en el camino se detuvo en la casa de un noble para relatar su aventura. Pero cuando sacó la pata se encontró con la delicada mano de una mujer cuyo dedo portaba un anillo de matrimonio. Al reconocer el anillo, el noble subió las escaleras y encontró a su esposa vendándose el brazo sangrante. Ella confesó ser una mujer lobo y fue quemada en la hoguera.

Sin embargo, las confesiones eran de una dudosa autenticidad debido al proceso de interrogación. Hervían la gente en aceite, las torturaban con tenazas calientes, etc. Bajo esas circunstancias confesaban rápidamente que eran hombres lobo o brujas.

Tal fue el destino, en 1589, de un pobre campesino llamado Peter Stump, quien fue acusado de ser un hombre lobo al colocarse una piel mágica. No importó que esa piel nunca hubiera sido hallada. Las autoridades lograron su confesión utilizando pinzas al rojo vivo, la rueda y arrancándole la piel de sus huesos. Todo aquello fue narrado en una publicación sensacionalista de gran formato de la época. El destino de Stump fue el mejor conocido de todos los hombres lobo, ya que la gente devoraba ese tipo de publicaciones para escapar de la implacable rutina diaria.

Un juicio a un hombre lobo en 1604, logró sentar precedente en la historia legal con un caso de compasión. El acusado era Jean Grenier, un pastor de 14 años de la región francesa de Bordeaux. Era un chico entregado a recorrer los campos que hoy en día sería calificado de discapacitado mental. Cuando una testigo aseguró que lo había visto colocarse una piel mágica y convertirse en lobo, fue arrestado. Él dijo que un misterioso extraño, tal vez el demonio, le había dado la piel que lo convertiría en hombre lobo. Cándidamente admitió haber estado al asecho y atacado a niños. La sala de la corte rompió en incómodas carcajadas cuando Grenier describió su preferencia por la sangre joven, por cuanto una mujer vieja era tan dura como el cuero. Esto lo hacía un candidato seguro para la ejecución. No obstante, un abogado dio un apasionado discurso alegando que era una víctima de su descontrolado cerebro. El argumento de demencia prevaleció, y en vez de vérselas con la muerte Grenier fue sentenciado a prisión en un monasterio, donde se fue deteriorando hasta que murió antes de los veinte años.

Hombres Lobo...LA BESTIA OCULTA

Los hombres lobo, las imágenes actuales de estos monstruos semi-humanos provienen en su mayoría del mundo irreal de Hollywood; pero los antiguos griegos y romanos creían que los hombres lobo existían y que eran totalmente fatales. Sorprendentemente, en la Francia del siglo XVI, 30.000 personas fueron acusadas de ser hombres lobo…

Las personas siempre han tenido una fascinación macabra por lo que más las aterra, bien sea que se trate del salvajismo real de asesinos seriales o de monstruos imaginarios como Frankenstein o Dráckula. A los seres humanos le llaman poderosamente la atención estos sujetos horripilantes. Uno de los más antiguos y perdurables es el hombre lobo.



En los albores de la civilización, era muy poco lo que separaba al hombre de la bestia. Las personas, en aquel entonces, pensaban que los humanos podían volver a ser animales, una creencia conocida como “cambio de forma”. Casi todas las sociedades primitivas tienen historias y creencias sobre la transformación de forma animal a humana y viceversa. En todas las civilizaciones ha habido historias sobre cómo saber controlar ciertos impulsos, emociones y deseos. La mayoría son los instintos más primitivos, los instintos animales. Desde que el hombre se civilizó el hombre lobo ha acechado en las sombras.

No estaban tan ocultos como para que no los notara el padre de la historia griega antigua, Herodoto. En el siglo V antes de Cristo, reportó en sus viajes acerca de un pueblo que cambiaba de forma conocido como los neurianos. “Cada neuriano se transforma una vez al año en un lobo, y continúa de esta manera por varios días al cabo de los cuales vuelve a su forma original” (Herodoto).

Hay mitos muy poderosos sobre hombres lobo entre los griegos y los romanos. Hay historias romanas que parecen producciones de Hollywood de hoy en día. Una de éstas provino de un satírico romano llamado Petronio, quien fue uno de los primeros en escribir crónicas sobre la perdurable relación entre los hombres lobo y la Luna llena.

Petronio escribió acerca de un hombre que, en una noche de Luna llena, fue a visitar a su amada. Le pidió a un amigo soldado que lo acompañara. En el camino, el soldado se detuvo repentinamente, se quitó la ropa, se transformó en lobo y se perdió en la oscuridad. Al llegar a la casa de su amada, el hombre escuchó que uno de los sirvientes se había enfrentado contra un lobo y lo había herido con su espada en el cuello. Al día siguiente, el hombre encontró al soldado en el cuartel muriendo por una herida de espada en su cuello.

Estas historias eran muy difundidas y creídas. Si uno era herido siendo hombre lobo, se transformaba otra vez a la forma humana pero conservaba la herida.

La Luna llena – la cual influye sobre los mares y cualquier líquido sobre la tierra (siendo el humano más del 70% líquido) – tiene una conexión con la leyenda del hombre lobo, porque existe la creencia que la Luna llena causa la locura en la gente, lunáticos. La Luna llena y la transformación de hombre a bestia es una conexión natural y mágica.

Un relato aún más horroroso sobre un hombre lobo provino del poeta romano Ovidio. En el siglo I narró la historia de un antiguo rey griego llamado Licaon, cuya crueldad era tan conocida que el rey de los dioses, Júpiter, lo fue a visitar. Pero Licaon se rehusó a creer que su visitante fuera un dios, y lo puso a prueba al servirle un suntuoso banquete en el que secretamente había mezclado carne humana. Aún entre los antiguos griegos el canibalismo estaba vedado. Era un verdadero tabú. Ofrecerle comida caníbal a un dios era una gran ofensa. Júpiter inmediatamente detectó la comida contaminada, furioso, convirtió a Licaon en lobo para que orientara su afición por la carne humana de una mejor manera.

Del nombre del rey Licaon surgió la palabra Licántropo, cuyo significado es: el que se transforma en lobo. Esta historia tiene un profundo significado para comprender a los hombre lobo. Aquí se reconoce desde el principio que toda la idea de licantropía estaba relacionada con los aspectos del ser humano que se oponían a la sociedad civilizada.

Durante la Edad Media, la creencia que los humanos se transformaban en animales predadores prevalecía en el mundo y bajo ninguna circunstancia se limitaba a los lobos. Estamos hablando de un fenómeno donde la gente creía que algunos de sus vecinos podían transformarse en un animal. Y ese animal era el depredador que predominaba el área.

Entonces se pensaba que utilizar la piel o el cuero de un animal era una forma de convertirse en ese animal. Los vikingos hicieron de esa creencia parte de su arsenal militar ya que se colocaban pieles de oso antes de la batalla. Esta práctica contribuyó con su reputación de ser guerreros totalmente intrépidos y maníacos.

Sin embargo, en la Europa medieval, el animal más temido era el lobo. Considerado como el mayor carnívoro del continente se creía que era el predador más peligroso que pudiera existir. Montague Summers, una autoridad del siglo IXX en ocultismo y lo sobrenatural, describió adecuadamente lo que significaba el lobo para los europeos medievales: “las características más notables del lobo, son la crueldad desmedida, la ferocidad bestial y el hambre insaciable. Tiene algo de demonio infernal. Simboliza la noche y el invierno, la presión y la tormenta, el oscuro y misterioso emisario de la muerte” (Summers).

Los cuentos cautelosos acerca de lobos eran repetidos ampliamente, sobretodo a los más vulnerables de la población, los niños. Uno de los más famosos es el de la Caperucita Roja. Es un cuento muy siniestro y claramente uno de hombres lobo. Está la pequeña y el lobo vestido como la abuela; quien habla con Caperucita. No es un lobo común, está muy claro que es un hombre lobo.

Invocación a los elementales

Cada categoría de elementales puede ser invocada por los humanos para pedir gracias y suerte en relación a distintas cosas. A continuación reproducimos las invocaciones para cada uno, recalcando que es muy importante dar las gracias luego de recitarlas.





Invocación a los Elementales de la Tierra:

Invoco a los Espíritus que habitan la madre Tierra. Invoco a las fuerzas telúricas que sostienen nuestra humilde existencia. Invoco a Gob, caudillo de los Gnomos. Invoco a todos los elementales benéficos de la Tierra para que atraigan sobre mi persona bienestar y riquezas, y alejen de mí la maldición de la carencia.

Invocación a los Elementales del Aire:

Invoco a los Elementales del Aire y del viento. Invoco a Paralda, caudillo de los Silfos. Invoco la suave brisa que trae videncia e inspiración a la mente. Invoco a estas fuerzas dadoras de inspiración, videncia e intuición.

Invocación a los Elementales del Agua:

Invoco a los Elementales del Agua. Invoco a Neckna, caudilla de las Ninfas. Invoco a las dulces fuerzas pacíficas pero poderosas de la savia vital. Invoco a la belleza oculta pero generosa del fluido viviente. Invoco a todas estas fuerzas para que traigan salud, bienestar y amor a mi vida.

Invocación a los Elementales del Fuego:

Invoco a los Elementales del Fuego. Invoco a Djin, caudillo de las Salamandras. Invoco a los poderes del cambio y de la luz. Invoco al fuego que consume las mezquindades, vicios y bajas pasiones. Invoco a estas fuerzas para que me concedan fortaleza para cambiar, y me liberen de todos aquellos conjuros, maleficios y negatividades ejercidas sobre mi persona.

Invocación para convocar a todos los Espíritus Elementales:

Espíritus Elementales, ¡acérquense a mí! Gnomos, compartan su humor conmigo. Ondinas, jueguen en mi presencia. Silfos, que la brisa me acaricie. Salamandras, muévanse en las llamas de las velas.

¡Espíritus Elementales, Gracias por venir!

Los elementales uno por uno

La clasificación más corriente de los espíritus de la naturaleza es la siguiente:

Los del fuego: Salamandras





Los Farisilles son el masculino y las Shallones el femenino. Habitan y dirigen el elemento fuego, y orientan el camino de los rayos durantre las tormentas. Se les atribuye poder para destruir las fuerzas negativas, maleficios y conjuros que existan sobre una persona, y se los relaciona con los conceptos de cambio y libertad. Se los atrae con el fuego y el incienso.




Los del aire: Silfos y Sílfides

Los Wallotes son el masculino y las Arienes el femenino. Controlan los vientos y corrientes de aire, encauzándolas por canales invisibles. Cuando elementales de baja frecuencia vibratoria los atacan por sorpresa, los vientos se descontrolan y se produce una tempestad. Los Silfos son los elementales más grandes en estatura.

A estos espíritus los atraen los inciensos y los aceites. Se relacionan con la comunicación, los viajes y la inspiración. Alegres y gentiles, son amantes de la luz del Sol y de la Luna, y muy convocados por los magos para desarrollar los poderes de videncia.





Los del agua: Ondinas, Ninfas y Nereidas

En los ríos, los elementales se dividen en Ondinas, que son la versión femenina, y Wallanos, que son la masculina. Aman el agua y se encuentran en sus profundidades, dirigiendo grupos de Minutes (elementales de la tierra) que trabajan continuamente guiando el agua por su cauce natural hasta su salida al mar.





En el mar, por otro lado, habitan las Nereidas; los Nerenes son la versión masculina y las Ensines la femenina. Prestan gran ayuda al hombre ya que controlan las aguas, especialmente cuando hay tormentas, impidiendo que el efecto de éstas sea devastador en las costas. Miden alrededor de 5 centímetros, y permanecen sólo un año en plano físico antes de volver al astral. Trabajan en grupos y sub-grupos.

A estos espíritus de la naturaleza se los puede atraer con lavados y soluciones, ya que rigen los procesos de curación. De gran belleza y aspecto angelical, desde las profundidades acuáticas se relacionan con el amor, la armonía, los placeres sanos y la salud física y psíquica.

Los de la tierra: Rudimes, Unites, Minutes, Gnomos, Elfos, Duendes y Hadas

La variedad de los elementales de la tierra es enorme, pero los más conocidos son:

Rudimes: Tienen muy poca evolución, y carecen de inteligencia y conciencia. Miden 2,5 centímetros de altura y trabajan en grupos de a miles, moviéndose constantemente para, con su movimiento, aumentar la frecuencia vibratoria de los vegetales. Sienten amor grupal y hacia la vida vegetal. Están en plano físico alrededor de un mes para luego ir al plano astral por diez años.

Unites: Miden alrededor de 5 centímetros y permanecen un año en plano físico y 100 años en plano astral. Trabajan en grupos y forman dentro de éstos, sub-grupos. Tienen ya un poco de conciencia y forman parejas para intercambiar poder.

Minutes: Miden entre una y dos pulgadas, viven 5 años en plano físico y luego se trasladan al plano astral por 500 años. Trabajan distintos elementos comandados por las hadas, que también son elementales de la naturaleza.

Nomenes o Gnomos: La palabra “gnomo” viene del griego “Genomos”, que significa “el que vive dentro de la tierra”. Viven 25 años en el plano físico alejados del hombre ya que no les resulta fácil adaptarse a la frecuencia que nosotros manejamos, y mucho menos soportan los ruidos de las ciudades, y alrededor de mil años en el astral. Trabajan el suelo y las raíces de las plantas, dándoles poder para crecer y multiplicarse. Crean sus moradas en los troncos de los árboles. Poseen mediana inteligencia.

Los gnomos atraen riquezas y se los convoca mediante polvos y sales. Sienten afinidad con la sobriedad, la limpieza, la organización y el orden. Prestan su ayuda a las personas ordenadas, laboriosas, amantes de la naturaleza y del saber. Una forma de congratularse con ellos es teniendo una planta en la casa, cuidándola y hablándole. Dicen que se le puede enterrar una moneda en la tierra y pedir que interceda ante los espíritus de la tierra a fines de atraer riqueza y prosperidad.

Elfos y Duendes: Trabajan alejados del hombre, generalmente en los claros de los bosques o montañas. Guían en sus tareas a los Minutes y Unites, generando círculos de poder. Modelan sus propios cuerpos de acuerdo al poder adquirido, y es un orgullo para ellos los grados de hermosura que van logrando, ya que esto es producto de su trabajo. Están alrededor de 500 años en plano físico y cerca 5 mil años en el astral. En el tiempo que transcurren en el plano astral se transforman en Fares o Hadas, que ya pertenecen al plano mental, y también trabajan como elementales de la tierra.

Los duendes y los gnomos poseen características especiales que vale la pena destacar. De aspecto humanoide, no son más grandes que un pulgar, y como todos los espíritus de la naturaleza, son inocentes, pudiendo ser tanto bondadosos como crueles, ya que carecen de toda conciencia ética.




Traviesos por naturaleza, se burlan de quienes los buscan torpemente y son, en cambio, sumisos servidores de los verdaderos Magos. Suelen aparentar una edad madura, aunque viven siglos sin pasar, como los humanos, por los estados de niñez, adultez y vejez. Sus apariencias son siempre las mismas. Salvo la cabeza, grande en relación al cuerpo, son bien proporcionados y van siempre vestidos a la manera campesina, con ropas arrugadas y ajadas como si fuesen muy viejas, pero indestructibles.

Elementales, los espíritus de la naturaleza salen a la luz

¿Quién dice que los gnomos o las hadas no existen? Ellos forman parte de los “elementales de la naturaleza”, una corriente de vida de seres diminutos que existen en dimensiones paralelas a la nuestra, y que colaboraron en la creación del planeta. Están acá y ahora, trabajando incansablemente en el fondo del mar, en el aire y bajo la tierra y los troncos de los árboles, para crear y mantener la vida terrenal.




¿Por qué cree Ud. que a las salamandras las asociamos con el fuego? ¿Y por qué los duendes son considerados tan trabajadores que hasta se ha acuñado la frase “trabajar como enano”?

¿Será, quizás, porque en verdad existen las salamandras y los duendes? ¿Tiene Ud. los argumentos definitivos para negarlo? Producto de una actitud mental estrecha, la mayoría de las personas sólo creen en lo que sus ojos pueden ver. Niegan la existencia de cualquier cosa, ser, lugar o realidad que escape al limitado alcance de sus sentidos; se rechaza de plano todo lo que que no sea visible, audible, palpable.

¡Qué flojera mental! ¡Qué comodidad! Nadie con un mínimo de conocimiento —y no estoy hablando necesariamente de un sabio avanzado en metafísica— puede ya sostener que algo no existe porque no lo puede ver. Muchos tampoco han visto al ángel de la guarda y sin embargo creen en él. Lo mismo pasa con otros ángeles y seres espirituales de dimensiones superiores a la vida humana. El mismísimo Dios, sin ir más lejos. Por lo tanto, el “no ver” con los ojos del cuerpo no es ya un argumento válido para negar la existencia de algo. Menos cuando se desarrollan los ojos del alma y se alcanza con ellos la visión real, ilimitada.

Así como existen seres superiores a nosotros, otro batallón de seres de corrientes de vida inferiores trabajan en las sombras, invisibles, para sostener la vida en la Tierra. Son los espíritus de la naturaleza, fuerzas cósmicas, energías básicas creadoras muy poderosas e invisibles al ojo humano que constituyen una verdadera fuente de poder, y viven en dimensiones de vida paralelas, no accesibles a los sentidos físicos humanos. Ud. no estaría ahora leyendo este artículo si no fuera por estos seres fantásticos, que muchos relegan a las páginas de los libros infantiles.

Su misión es trascendental: ayudaron a crear el planeta y sus cuatro elementos (aire, agua, fuego y tierra) mucho antes que el hombre apareciera sobre él. De allí su nombre: elementales. Se dividen en distintos grupos que manejan cada uno de los 4 elementos, y hoy siguen trabajando para crear y sostener la vida en la tierra.

Teofrastus Bombastus Von Hohenheim, también llamado Paracelso, uno de los médicos más famosos en Europa en el siglo XVI, publicó en 1591 una obra inmensa que abarcaba tratados médicos, alquímicos, filosóficos y teológicos, incluyendo “El libro de las Ninfas, los Silfos, los Pigmeos, las Salamandras y demás espíritus”. En este libro se inspiraron Goethe, los hermanos Grimm y Heine para realizar sus obras, protagonizadas por estos seres elementales de la naturaleza, a quienes comúnmente se representa como figuras humanizadas, vestidas de manera extraña y rodeados de mucho misterio.

La principal herramienta que poseen los elementales es el poder. De él se alimentan, y lo utilizan para dar vida y dominar a los 4 elementos: hacen crecer las plantas y germinar la tierra, mueven las olas del mar y encauzan las corrientes marinas y de aire, y controlan el fuego, tanto el que viene de los rayos de las tormentas eléctricas como del fondo de la tierra. El poder es su razón de existir, y viven en parejas heterosexuales sólo para intercambiar poder. Uno debe darle al otro el poder que necesita; de lo contrario, se deshace la unión y cada uno busca otra pareja que sí pueda nutrirlo del poder necesario.

Los elementales se mueven con un tipo de vibración muy rápida y eléctrica que les permite trasladarse de un lugar a otro a la velocidad de la luz. Sin embargo, y aunque sus cuerpos estén formados por manifestaciones de energía no estrictamente físicas o materiales, los estados vibratorios intermedios entre la energía invisible y la materia visible los hace visibles al ojo humano cuando se rebasan estas fronteras energéticas de “arriba” a “abajo”.

Normalmente, los elementales tienen su parte más densa o “cuerpo” en el Plano Energético, pudiendo en condiciones favorables corporizarse en las zonas etéricas donde se mezclan la energía, sin forma perceptible por nuestros sentidos, y la materia, cuyas características son evidentes y fácilmente registrables por los sentidos humanos. Es por ello que los elementales tienen como propiedad una plasticidad mucho más “veloz” que la nuestra, siendo sus formas más inestables y dinámicas. Cuando esas formas se lentifican es cuando se corporizan y es más fácil verlos, bien por factores naturales o por la voluntad de quien quiera verlos, voluntad que ha de ser fuerte pero no agresiva, pues cualquier inestabilidad repercute en los espíritus de la naturaleza y los ahuyenta hacia sus “refugios” energéticos y a los juegos ópticos propios de su extraordinario poder, para disimularse en los mismos elementos naturales en que habitan.