En los siglos XVI y XVII, Europa era un hervidero de actividades de hombres lobo. Eran tiempos tumultuosos en los que imperaban miedos irracionales, supersticiones y cambios religiosos radicales.
En la cúspide de la Edad Media, sobretodo cuando estaba por empezar la Reforma, comenzaron las luchas contra la brujería y las quemas en la hoguera. Junto con la lucha contra la brujería, empezó una nueva lucha contra la licantropía y surgió una nueva ola de creencias que los hombres lobos y las brujas existían y que tenían un impacto sobrenatural y negativo sobre la sociedad.
El pánico que rodeaba a los hombres lobo aumentó con la histeria de la brujería. De 1300 a 1700, miles de personas fueron enjuiciadas bajo el cargo de brujería. Las acusaciones de sacrificios humanos, canibalismo y libertinaje sexual, provenían principalmente de los campesinos. Pero los acusados también eran, casi en su totalidad, campesinos.
La histeria por la brujería fue alimentada en parte por los problemas económicos y sociales. La pobreza, las enfermedades, el crimen y el hambre azotaban a los europeos. Los campesinos trabajaban mucho y recibían muy poco. Imposibilitados para surgir, muchos campesinos atribuían su pobreza y otros problemas a las brujerías de sus vecinos. Por esta razón, otros campesinos se convirtieron en chivos expiatorios de males sociales incurables.
Sus temores también estaban alimentados por la religión. En ese entonces, la Iglesia católica era la fuerza que regía la vida de las personas, dictaba los patrones de conducta y daba explicaciones a los fenómenos que la gente no comprendía. De acuerdo con la doctrina eclesiástica, la intención de Satanás era destruir la civilización cristiana; y para ello requería de hordas de discípulos, de brujas. La hechicería era considerada como una traición, un atentado para derrocar a la Iglesia.
Para detener la hechicería, la Iglesia creó la Inquisición, un proceso legal extremo que hizo posible una cacería de brujas masiva. Los obispos, que fingían de inquisidores, buscaban herejes en aquellos que hablaban contra las tradiciones de la Iglesia católica.
Hacia el año 1231, las cortes inquisidoras bajo el control directo del papado, se establecieron en toda Europa. Los herejes que se arrepentían recibían una sentencia de cadena perpetua; aquellos que no se arrepentían generalmente eran quemados en la hoguera. La Inquisición perseguía despiadadamente una acción sangrienta. Su meta era aniquilar a todo aquel que no fuera un sincero cristiano católico. Entre las víctimas estaban protestantes, judíos, brujos, místicos y hombres lobo.
La licantropía era considerada como una especie de brujería ya que implicaba un pacto con el demonio, la herejía.
Para el siglo XVI, las cortes eclesiásticas habían adoptado los procedimientos de la Inquisición para proteger a la sociedad de las brujas y de los hombres lobo. En 1532, la tortura judicial se convirtió en el medio legal para determinar la brujería malévola y la licantropía. No se podía probar el crimen materialmente ni probar que alguien hizo un hechizo. La única forma de obtener un veredicto era la confesión, y la mejor forma de obtenerla era aplicando la fuerza.
Los inquisidores, al escuchar estas confesiones y contemplar con dificultad el horror inhumano y sádico de los crímenes enumerados, prefirieron pensar que habían sido cometidos por un verdadero monstruo mitad hombre mitad lobo en conjunción con el demonio.
En Francia, el término hombre lobo era Loup-Garou, y repentinamente, a principios de 1500, comenzaron a aparecer en proporciones epidémicas. Según las leyendas, podían ser identificados con facilidad. Las cejas que se unen en el centro, pelos en las palmas de la mano, etc. Cualquiera que viviera en Francia en el siglo XVI, solo, aislado de los demás, que fuera desaliñado y que se comportara de forma rara o desagradable, fácilmente podía ser visto como un hombre lobo.
En una serie de acusaciones y arrestos entre 1520 y 1630, solo en Francia, más de 30.000 personas fueron enjuiciadas bajo la acusación de ser hombres lobo. Típica fue la historia del siglo XVI de un campesino llamado Gilles Garnier. Tenía reveladoras cejas que se unían en el medio y vivía como un ermitaño en un choza en las afueras de Dole. Los pobladores que rescataron a una niña del ataque de un lobo, pensaron reconocer a Gilles en el animal. Ellos creían que se había transformado al frotarse la piel con un ungüento mágico. Una semana más tarde atraparon a Gilles y lo torturaron bárbaramente hasta obtener su confesión para luego quemarlo en la hoguera.
Pero las víctimas de las cacerías de hombres lobo no estaban limitadas a los hombres. Del centro de Francia surgió una famosa leyenda de una mujer lobo. En la región de Auvernia, un cazador fue atacado por un lobo en 1558. En la feroz batalla, el cazador logró cercenarle una pata. Éste colocó el miembro cortado en su saco y en el camino se detuvo en la casa de un noble para relatar su aventura. Pero cuando sacó la pata se encontró con la delicada mano de una mujer cuyo dedo portaba un anillo de matrimonio. Al reconocer el anillo, el noble subió las escaleras y encontró a su esposa vendándose el brazo sangrante. Ella confesó ser una mujer lobo y fue quemada en la hoguera.
Sin embargo, las confesiones eran de una dudosa autenticidad debido al proceso de interrogación. Hervían la gente en aceite, las torturaban con tenazas calientes, etc. Bajo esas circunstancias confesaban rápidamente que eran hombres lobo o brujas.
Tal fue el destino, en 1589, de un pobre campesino llamado Peter Stump, quien fue acusado de ser un hombre lobo al colocarse una piel mágica. No importó que esa piel nunca hubiera sido hallada. Las autoridades lograron su confesión utilizando pinzas al rojo vivo, la rueda y arrancándole la piel de sus huesos. Todo aquello fue narrado en una publicación sensacionalista de gran formato de la época. El destino de Stump fue el mejor conocido de todos los hombres lobo, ya que la gente devoraba ese tipo de publicaciones para escapar de la implacable rutina diaria.
Un juicio a un hombre lobo en 1604, logró sentar precedente en la historia legal con un caso de compasión. El acusado era Jean Grenier, un pastor de 14 años de la región francesa de Bordeaux. Era un chico entregado a recorrer los campos que hoy en día sería calificado de discapacitado mental. Cuando una testigo aseguró que lo había visto colocarse una piel mágica y convertirse en lobo, fue arrestado. Él dijo que un misterioso extraño, tal vez el demonio, le había dado la piel que lo convertiría en hombre lobo. Cándidamente admitió haber estado al asecho y atacado a niños. La sala de la corte rompió en incómodas carcajadas cuando Grenier describió su preferencia por la sangre joven, por cuanto una mujer vieja era tan dura como el cuero. Esto lo hacía un candidato seguro para la ejecución. No obstante, un abogado dio un apasionado discurso alegando que era una víctima de su descontrolado cerebro. El argumento de demencia prevaleció, y en vez de vérselas con la muerte Grenier fue sentenciado a prisión en un monasterio, donde se fue deteriorando hasta que murió antes de los veinte años.
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